El retraso económico que Andalucía mantiene con respecto a las regiones españolas y europeas más avanzadas tiene múltiples motivos y carece de explicaciones simples. A este respecto, cabe reflexionar sobre el papel que pueda jugar, entre otros muchos factores, la cultura y, en particular, una insuficiente “ambición económica”.
Por “ambición económica” entiendo aquí el deseo ardiente de alcanzar unas mejores condiciones de vida a través del incremento de la renta y la riqueza. La ambición económica tiene manifestaciones diversas: En el caso de los trabajadores se proyecta sobre su afán por progresar en el plano laboral; en el caso de los empresarios se materializa en la actividad emprendedora y el crecimiento empresarial.
Entendida en estos términos, la ambición económica, y muy particularmente la ambición empresarial, constituye un motor fundamental de la dinámica capitalista. Pero en cualquier sociedad este impulso económico se contrapesa con otras finalidades del comportamiento humano no vinculadas a la búsqueda de la riqueza material (el altruismo, el amor y las relaciones personales, el prestigio y reconocimiento social, las creencias religiosas, los valores éticos, entre otras). Estos otros factores motivacionales se encuentran también impregnados en la cultura y la forma de entender la vida de la población.
La ausencia de ambición económica representa un grave problema colectivo en tanto supone una condena a la pobreza. Una comunidad que se acomoda en la pobreza no puede progresar. Es una sociedad enferma. Sin embargo, ésta no es la única patología posible asociada a la ambición económica.
En 1930 John Maynard Keynes en una conferencia pronunciada en Madrid bajo el título “Las posibilidades económicas de nuestros nietos” defendió que el problema económico dejaría de ser en el futuro una preocupación para la humanidad. Llegado ese feliz momento la acumulación de riqueza no tendría relevancia social y se producirían cambios substanciales en los preceptos morales. Profetizaba Keynes que
“el amor al dinero como posesión –a diferencia del amor al dinero como un medio de gozar de las realidades de la vida- será reconocido por lo que es, una morbidez, algo odioso, una de esas propensiones semidelictivas, semipatológicas, que uno entrega con un encogimiento de hombros a los especialistas en enfermedades mentales”.
El ilustre economista británico apuntaba aquí a otra manifestación deformada y enfermiza de la ambición económica: la pasión incontrolada e ilimitada por la riqueza.
“el amor al dinero como posesión –a diferencia del amor al dinero como un medio de gozar de las realidades de la vida- será reconocido por lo que es, una morbidez, algo odioso, una de esas propensiones semidelictivas, semipatológicas, que uno entrega con un encogimiento de hombros a los especialistas en enfermedades mentales”.
El ilustre economista británico apuntaba aquí a otra manifestación deformada y enfermiza de la ambición económica: la pasión incontrolada e ilimitada por la riqueza.
Así pues, para la ambición económica parece ser de aplicación lo que señalara Aristóteles en su “Ética a Nicómaco” en relación con otras pasiones o acciones humanas: “la virtud es un medio entre dos vicios, que pecan, uno por exceso, otro por defecto”. Según el propio Aristóteles, ese justo medio no viene dado por una única medida para todas las personas, sino que cada cual debe buscarlo respecto así mismo.
Lo cual me lleva, volviendo a Andalucía, al interrogante final:
¿Se sitúa la sociedad andaluza en el justo medio de saludable ambición económica que le permita proveerse a sí misma de unas condiciones de bienestar material ajustadas a la medida de su particular idiosincrasia y actitud ante la vida?
Aquí dejo mi pregunta, tuya es la respuesta.
Con Joaquín Guzmán en el recuerdo.