miércoles, 29 de abril de 2015

EMPRENDIMIENTO E IGUALITARISMO. TAN LEJOS, TAN CERCA

A primera vista, "emprendimiento" e "igualitarismo" parecen términos encuadrados en campos semánticos opuestos. Los emprendedores que tienen éxito obtienen una recompensa en el mercado, quedando en una posición económica más favorable que la de aquellos que fracasan o la de los individuos que no emprenden. En consecuencia, la actividad emprendedora genera una desigualdad de renta que resulta necesaria y se entiende justa en el marco de una economía de mercado. Esta desigualdad viene acompañada de una mejor situación del conjunto de la sociedad, en comparación con el resultado que se obtendría en un sistema sin libre empresa. 

Desde esta perspectiva, podría pensarse que en sociedades con una cultura más igualitaria la actividad emprendedora podría ser más débil que en sociedades donde predominan los valores jerárquicos (1). Sin embargo, la evidencia empírica indica justo lo contrario, como mostramos aquí y aquí.  En estos trabajos ponemos de manifiesto la presencia de mayores niveles de emprendimiento en los países donde predominan los valores igualitarios. Asimismo, la dimensión cultural igualitarismo-jerarquía también incide en la composición y características de los emprendimientos. En aquellos países con una cultura más igualitaria los emprendedores lo son en mayor medida por haber detectado en el mercado una oportunidad que consideran estimulante y lucrativa. Por el contrario, el predominio de valores jerárquicos favorece una composición de la actividad emprendedora con mayor presencia de emprendedores por necesidad, que encuentran en el emprendimiento una salida obligada a situaciones de desempleo o subempleo. En definitiva, en países con valores más igualitarios tiende a existir más actividad emprendedora y de mejor calidad.

El emprendimiento está vinculado naturalmente a la figura del empresario, pese a que éste no tiene porqué ser, ni haber sido necesariamente emprendedor. Y no en pocas ocasiones se asocia injustamente al empresario con el perfil del explotador o el rentista, es decir, individuos de clase socio-económica alta situados en una posición privilegiada a pesar de no contribuir a un bienestar social, que en muchos casos minan. Desde esta perspectiva, se tiende a relacionar la figura del empresario –por contraposición al trabajador- a situaciones de desigualdad económica y rigidez en la estratificación social. Esta identificación superficial bien podría ser de aplicación allí donde una cierta clase empresarial obstaculiza el funcionamiento de los mecanismos de mercado, desarrollando prácticas colusivas, parapetándose en oligopolios o cuasi-monopolios, amparados a veces en el poder político, y dando lugar a un “capitalismo de amiguetes” (crony capitalism). Indicios de este fenómeno amenazan a la economía y la sociedad española de modo inquietante (por ejemplo, esto). 

Sin embargo, el emprendimiento como actividad creativa que aumenta el bienestar social, generando valor económico y empleo,  puede además constituir una palanca efectiva para la movilidad social ascendente. No se percibe así con carácter general en la sociedad española, que tradicionalmente ha preferido ver en el acceso a la función pública la vía óptima de progreso personal y familiar.

Por el contrario, en EE.UU. la actividad emprendedora asume un rol primario en la percepción que los ciudadanos tienen de su país como “tierra de oportunidades”. El emprendimiento es el cauce a través del cual el sueño americano (“the American dream”) se puede convertir en realidad (al menos para algunos). En el modelo estadounidense se entiende que las oportunidades para el progreso de los ciudadanos surgen espontáneamente si se garantizan las libertades económicas y políticas individuales, preservándolas de la interferencia del Estado. Ello se plantea, no obstante, sobre el sustrato ideológico de una concepción igualitaria formulada explícitamente en la propia Declaración de Independencia de 1776:

“Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad."

En el modelo social europeo se asume, por el contrario, que las libertades formales son condición necesaria, pero no suficiente, para promover una auténtica igualdad de oportunidades. El Estado, garantizando el acceso de todos los ciudadanos a unos servicios básicos (especialmente, la sanidad y la educación), debe propiciar esa igualdad de partida, ampliando con ello la libertad real de los individuos.

En la práctica, parece que, frente a lo que pudiera ocurrir en otros periodos históricos, hoy por hoy el modelo europeo favorece una mayor movilidad social vertical que el modelo liberal norteamericano. EE.UU. ya no sería la tierra de las oportunidades que soñó ser, mientras que la vieja Europa mostraría una faz más inclusiva y abierta al progreso personal y social de sus ciudadanos (ver aquí).

En definitiva, el emprendimiento puede ser un mecanismo que favorezca la justicia y la movilidad social en el marco de una sociedad meritocrática que aspire a la igualdad de oportunidades (y no a una igualdad de resultados). No obstante, para ello se requiere de una acción efectiva del Estado en dos ámbitos. Por un lado, desarrollando instituciones transparentes y meritocráticas y defendiendo la competencia efectiva para evitar patologías como el capitalismo de amiguetes. Por otro lado, manteniendo políticas sociales que brinden la oportunidad real a todos los ciudadanos de progresar en función de su esfuerzo y de su talento, permitiéndoles aprovechar y desarrollar sus capacidades, con independencia de cual sea su origen y extracción social. El énfasis en la promoción del emprendimiento que se observa en nuestro país en los últimos tiempos debería venir acompañado de actuaciones consistentes en estos otros campos.


(1) Entendemos aquí por cultura igualitaria a la presente en aquellas sociedades donde los individuos son considerados como seres iguales, compartiendo el compromiso de cooperar con los demás y buscar el bien común. Por el contrario, consideramos que las sociedades jerárquicas son aquellas donde se asume como natural una distribución desigual del poder, los roles y los recursos.