jueves, 31 de diciembre de 2015

2016

No será el año en que renunciemos a los nacionalismos y provincianismos para centrarnos en resolver los problemas reales que afectan a los ciudadanos. No será el año en que los patriotas enarbolen sus declaraciones de impuestos en lugar de sus banderas.

No será el año en que todos asumamos que no seremos plenamente libres y soberanos mientras no estemos menos endeudados. 

No será por fin el año del gran pacto educativo que la sociedad española necesita para afrontar con éxito los retos económicos y sociales del siglo XXI. No será el año en que la educación ocupe el lugar prioritario en la agenda política y social, el año en que, por primera vez, se hable más de educación que de fútbol.

No será un año en que la estabilidad política contribuya al crecimiento económico. No, sin duda, no lo será.

No será el año en que completemos las reformas necesarias para disponer de un mercado de trabajo funcional que ofrezca oportunidades a todos los españoles, especialmente a los más jóvenes. No será el año en que España deje de ser una anomalía en las estadísticas de empleo en el mundo desarrollado. 

No será el año en que el crecimiento económico alcance al bolsillo de todos los ciudadanos y erradiquemos las situaciones de lacerante necesidad. No será el año en que la crisis acabe para todos.

Sin embargo, 2016 sí será un año de continuidad en un crecimiento económico saludable, un año en que aumentará el bienestar general de los españoles; un año en que muchos verán las mejoras macroeconómicas materializarse en su día a día y muchos acabarán escapando de la mayor crisis económica vivida en España desde la Guerra Civil. 

Será un año en que seguirá disminuyendo el paro, un año en que muchos españoles volverán a tener un empleo y otros muchos encontrarán uno por primera vez; un año en que más jóvenes españoles podrán quedarse en nuestro país porque les ofreceremos la oportunidad real de hacerlo.

Será un año marcado en lo político por un parlamento multicolor engendrado por la insatisfacción de los españoles con un bipartidismo decadente; y un año en el que nuestros políticos tomarán conciencia de que deben dialogar y pactar; el año en que elegiremos si parecernos políticamente a Dinamarca o a Italia, a Alemania o a Grecia.

Será el año en que unos Presupuestos Generales del Estado aprobados por un gobierno saliente, bajo fuertes críticas de toda la oposición, servirán para dar estabilidad a la economía española en circunstancias de gran incertidumbre política.

Será un año con una sociedad española más beligerante contra la corrupción, más intolerante y menos cínica frente a todas sus manifestaciones. 

Será un año más, que nos emplaza a construir un país aun mejor, una sociedad más próspera, más justa y más civilizada. Y si nos acompaña el esfuerzo, el acierto y la altura de miras, conseguiremos avanzar en lugar de retroceder.

martes, 8 de diciembre de 2015

ABENGOA: EXCEPCIÓN Y SÍNTOMA

Abengoa representaba la gran historia de éxito empresarial andaluz en el último siglo. Compañía familiar creada por Javier Benjumea Puigcerver en 1941 –en enero cumplirá 75 años-, la continuidad de la empresa vino de la mano de sus hijos, Felipe y Javier Benjumea Llorente, quienes convirtieron a Abengoa en una multinacional con cerca de 25.000 empleados en todo el mundo, facturando más de 7.000 millones de euros, un 88% fuera de España. Hoy este buque insignia de la economía andaluza se encuentra al borde del naufragio. Prepara el que podría ser el mayor concurso de acreedores de la historia de España y su supervivencia pasará necesariamente por una reestructuración dramática.

Resulta interesante contemplar el auge y caída de Abengoa a la luz de la tesis que el politólogo norteamericano Francis Fukuyama propusiera en su libro “Trust: The Social Virtues and The Creation of Prosperity”. Fukuyama defiende en esta obra la hipótesis de que la cultura afecta a la economía, siguiendo la estela abierta por Max Weber con su clásico “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”. Las decisiones empresariales están condicionadas, según Fukuyama, por valores culturales impregnados en cada sociedad. Entre estos valores se encuentran la confianza mutua y el sentido de la reciprocidad que, junto a la capacidad de cooperación que se deriva de ellas, conforman el concepto de “capital social”. Estos valores y normas sociales son interiorizados por los individuos a través del proceso de socialización, lo que determina que no todas las sociedades disfruten de los mismos niveles de este recurso. 

Las sociedades con una mejor dotación de capital social actúan de modo más eficiente, como resultado de la cooperación y la eliminación de importantes costes de transacción –internos a la empresa y derivados del uso del mercado- que se manifestarían en un contexto de desconfianza, incumplimiento de las obligaciones sociales y falta de colaboración. Asimismo, en las sociedades con más confianza interpersonal existe una mayor sociabilidad espontánea, favoreciendo la aparición de asociaciones e instituciones que ocupan un ámbito intermedio entre la familia y el Estado. Se conforma, de este modo, una sociedad civil más vigorosa que impulsa y canaliza la interacción social orientada al logro de objetivos colectivos. Sin embargo, en aquellas sociedades con un pobre capital social, la confianza interpersonal se limita al ámbito de la familia y los amigos más cercanos, más allá de los cuales, la única institución con capacidad para articular acciones de carácter colectivo –aún con limitada eficacia- es el Estado. 

Según Fukuyama, la influencia del capital social es fundamental para la empresa, como unidad económica y social. Prácticamente todas las compañías tienen un origen familiar, pero en sociedades con escaso capital social la empresa solo prospera y crece en el marco de la familia, como grupo social primario. En este ambiente cultural se limita la gestión profesionalizada, la innovación organizativa y el crecimiento empresarial, debido a la desconfianza frente a los individuos ajenos a la familia. Como consecuencia de ello, en territorios con poco capital social escasean las grandes empresas, predominando absolutamente las microempresas y las pequeñas empresas familiares. Fukuyama señala a Italia como ejemplo de sociedades con escasa confianza interpersonal, en comparación con otras con alto nivel de confianza como EE.UU, Japón o Alemania. Su argumentación podría aplicarse a tejidos empresariales como el español y, muy particularmente, el andaluz, que destaca por una atomización asociada a la apabullante presencia de microempresas (96% del total de empresas) y la práctica ausencia de grandes empresas autóctonas. 

Abengoa representaba la gran excepción a este patrón. Los Benjumea supieron abrir esta empresa familiar al talento, la innovación y el capital externo. Abengoa, la única empresa andaluza que cotizaba en el IBEX, ha sido todo un símbolo de innovación en Andalucía y el mundo. La compañía parecía haber escapado a los límites asociados a la empresa familiar en el contexto de territorios con escaso capital social, pero no lo hizo definitivamente… 

La compañía sevillana ha sido también una empresa excepcional en el entorno andaluz por un segundo motivo: su ambición. Así pues, apostó por convertirse en un líder mundial del negocio de las energías renovables, lo que implicaba una necesidad de financiación extraordinaria. Y la ambición colisionó aquí con las limitaciones de la empresa familiar. La búsqueda de nuevos accionistas para ampliar los fondos propios de Abengoa hubiera conllevado para la familia Benjumea la pérdida del control de la empresa. El crecimiento acelerado de Abengoa se sustentó así en el endeudamiento en un contexto económico que resultaba propicio para ello. El endurecimiento de las condiciones financieras a partir de la crisis llevó a Abengoa a liquidar activos (venta de sus filiales Telvent y Befesa o salida a bolsa de Abengoa Yield) como forma de financiar el crecimiento de su negocio en energía solar. Solo cuando todos los canales de financiación quedaron cerrados y el nivel de endeudamiento se tornó insostenible, la familia Benjumea aceptó las condiciones de los bancos acreedores e impulsó una (por el momento frustrada) ampliación de capital, que los dejaría sin el control de Abengoa. Era demasiado tarde. 

La atomización empresarial que caracteriza a la estructura productiva andaluza y la crisis de Abengoa serían consistentes con la tesis de Fukuyama. La fragilidad de nuestra estructura empresarial podría encontrar bajo esta hipótesis una de sus causas en la insuficiencia de capital social. Esta deficiencia podría ser también responsable de la ausencia de instituciones que vertebren eficazmente la sociedad civil andaluza, impulsando el desarrollo regional, más allá de la alargada presencia de los poderes públicos.