Desde una perspectiva histórica la aparición del dinero representó una innovación social extraordinaria. El dinero facilitó la coordinación a gran escala de la actividad humana más allá del alcance limitado de la colaboración interpersonal sostenida sobre la confianza y de la impuesta a través de la autoridad. El dinero impulsó así el progreso económico y social de la humanidad y se convirtió, desde su nacimiento, en un eje articulador de nuestra realidad, en un elemento central del medio en el que vivimos. De este modo, no es de extrañar que el dinero y las múltiples interpretaciones de su papel en nuestra sociedad hayan tenido reflejo frecuente en la literatura. Uno de los muchos autores contemporáneos que ha reflexionado literariamente sobre el dinero es el escritor británico Martin Amis.

Pero la novela tiene otro gran protagonista, el dinero, sobre el que John Self reflexiona constantemente. Self mantiene una actitud contradictoria respecto al dinero. No lo ama, pero lo gasta con desenfreno. Contribuye según él “a que funcione la maquinaria del dinero, hago esto, hago lo otro, hago recados para el dinero”. El dinero le “importa mucho”, pero a la vez le “da por el saco”. El personaje protagonista se enfrenta al dinero con cierto descreimiento: “el dinero no es más que un chiste. O un símbolo. Un símbolo sexual, o de posición social, o un símbolo fálico”. Para él “quizá el dinero sea la gran conspiración, la gran ficción”.
Señala Self a “la gentuza adinerada y móvil” cuya “etiqueta propia” consiste en “ser desagradable, creer que tienes derecho a todo lo que recibes”, pero interpreta cínicamente ese mismo papel en su vida. Afirma que “hay que ser duro para ganar mucho dinero” porque “el dinero es tan importante para quienes lo tienen como para quienes no” y “si tú quieres mucho, lo que haces es reducir la cantidad que queda para los demás”.
John Self reconoce que el dinero tiene grandes ventajas. Para empezar “no hay nada tan versátil como el dinero”, aunque probablemente su principal virtud es que “suaviza la decadencia de la vida”, “el dinero frena la caída”. De este modo, “si pudiésemos extender el dinero como una delgada capa por encima de todas las cosas, quizá la vida se suavizara. El mundo estaría más acolchado”.
En opinión de Self, “el que manda es el dinero. Los únicos que eligen son los que tienen dinero”. Por lo tanto, “el dinero equivale a libertad”, pero paradójicamente “la libertad equivale a dinero. Seguimos necesitando dinero”. Es así como el dinero se convierte en “la gran adicción: todos tenemos esa adicción, y no podemos abandonar ese hábito” y, finalmente, “no hay modo de sacarte de encima ese mono pesado que es el dinero”.
Resulta así que “el dinero nos pisotea, nos acorrala, se nos mea encima, nos pone entre la espada y la pared”, de forma que “si la tierra (…) decidiera suicidarse, ya todos tenemos escritas nuestras notas de suicidio, nuestras notas de dolor: nuestros billetes de banco”. (*)
Para John Self “(…) el dinero apesta. En serio. Y cómo apesta”.
(*) La novela tiene por subtítulo "Una nota de suicidio", jugando con el término inglés note en el doble sentido de "nota" y "billete".