lunes, 31 de octubre de 2016

LA UE ANTE SU ALPE D'HUEZ

El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz ha cuestionado recientemente uno de los logros más simbólicos del proceso de integración europea. En su último libro, “El euro: cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa”, señala los defectos de la unión monetaria europea y defiende que, de no abordar las reformas necesarias para completar su diseño institucional, más nos valdría renunciar al euro. A este respecto, se requiere culminar la unión bancaria y avanzar hacia la unión fiscal, a fin de incrementar la capacidad de respuesta de la zona euro ante shocks asimétricos.

Stiglitz plantea así el dilema al que se enfrenta la UE: se trata de elegir entre más Europa frente a menos Europa, en un escenario en el que el mantenimiento del statu quo no es una opción factible. Se manifiesta aquí una de las características intrínsecas del proceso de integración económica comúnmente ilustrada con el símil de la bicicleta: en la integración, al igual que al montar en bicicleta, si dejas de dar pedales, caes. 

Desde la firma del Tratado de Roma en 1957 los europeos hemos apostado por más integración. Lo endiablado de la encrucijada actual estriba en las crecientes dificultades que existen para avanzar en el proceso de construcción europea. La UE tiene que dar pedales cuando la carretera se inclina hacia arriba de modo implacable, como en las grandes citas alpinas del Tour de Francia. Europa se enfrenta al ascenso de su particular Alpe d'Huez. 

La “pendiente” de la integración se eleva a resultas del proceso de fragmentación que, desde una doble perspectiva, está viviendo Europa. Por un lado, la fragmentación deriva de un renacer del nacionalismo. La manifestación más significativa de esta tendencia es indudablemente el voto favorable a la salida del Reino Unido de la UE, pero el euroescepticismo crece también en otros países como Hungría o Polonia o, lo que es más preocupante aun, en Francia y Alemania. El independentismo de territorios de la UE que anhelan un estado nacional propio, como Escocia o Cataluña, no hace sino complicar aún más un escenario ya de por sí complejo. 

Por otro lado, el repliegue nacional viene a menudo acompañado del avance de populismos en ambos extremos del espectro ideológico, desde Podemos en la izquierda española hasta el Frente Nacional en la derecha francesa. Estos movimientos se nutren del descontento creciente de las clases medias y bajas europeas ante el reparto desigual de los beneficios de la globalización. En algunos casos la fractura social tiene también un componente xenófobo y se alimenta del miedo a la pérdida de identidad en sociedades que reciben importantes flujos de inmigración.

Estos procesos de fragmentación política y social amenazan con paralizar el pulso integrador de la Unión. El reciente veto de la región belga de Valonia al acuerdo de libre comercio entre Canadá y la UE (CETA), aunque salvado por el momento, parece ser una llamada de atención y un preámbulo a lo que estaría por venir. Así pues, las expectativas respecto a una eventual aprobación del Acuerdo Trasatlántico de Libre Comercio e Inversión entre EE.UU. y la UE (TTIP) se han oscurecido notablemente. En ambos casos los veintiocho parlamentos nacionales, más los de algunas regiones europeas, deberán ratificar los textos firmados. Más allá de la aprobación de estos acuerdos comerciales de nueva generación, cuyo impacto real sobre el crecimiento económico podría ser limitado, todo hace indicar que en los próximos años cualquier proyecto europeo de cierta envergadura se encontrará, en el mejor de los casos, con un tortuoso camino para salir adelante.

Si la UE entra en una etapa de parálisis, se caerá de la bicicleta de la integración. Si, ante la presión del nacionalismo populista, decide bajarse de la bicicleta dando marcha atrás al proceso de integración, lanzará un mensaje poco esperanzador para quienes aspiran a una globalización sostenible socialmente. Europa y el mundo necesitan una UE que supere su actual crisis económica e institucional, avanzando en su integración para actuar sobre los problemas particulares asociados a la construcción europea y los generales derivados de la gobernanza democrática de la globalización. 

A tal fin, la UE debería fortalecer la dimensión más social de la integración, proponiendo un proyecto político que seduzca al ciudadano medio europeo y no sólo a la élite europeísta y globalista conformada por burócratas, tecnócratas, directivos y accionistas de las grandes corporaciones, entre otros grupos. Bruselas debe evitar que se la identifique como la responsable de los recortes sociales que amenazan a las clases medias y alzarse como la garante de los derechos y la seguridad de los ciudadanos europeos. Solo así será factible abordar las reformas imprescindibles para “reparar” el euro y afrontar los grandes retos colectivos de la UE, como la presión inmigratoria sobre sus fronteras. 

Asimismo, para que la agenda de la construcción europea triunfe harán falta líderes con carisma y altura de miras que sepan comunicar la naturaleza compleja de los problemas a los que nos enfrentamos, desenmascarando los argumentos demagógicos del populismo más oportunista. Deberán ejercer un liderazgo pragmático y a la vez vehemente en la defensa de los valores que han inspirado y deben seguir modelando el proyecto de integración europeo: la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el Estado de Derecho y el respeto a los derechos humanos, incluidos los de las minorías. 

Sin embargo, la UE se enfrenta a la ascensión de su particular Alpe d'Huez sin que se perfile un proyecto político y un liderazgo a la altura de las circunstancias. La subida a la mítica cima alpina está jalonada por veintiuna curvas en herradura que han sido bautizadas con los nombres de los ganadores del clásico hito de la ronda gala. Confiemos en que el necesario liderazgo europeo encuentre nuevos nombres propios que se sumen a los de los grandes europeístas del s. XX, como Robert Schuman, Jean Monnet o Jacques Delors entre otros, para construir con acierto la Europa del s. XXI.

sábado, 1 de octubre de 2016

HOUELLEBECQ, EUROPA Y LA ECONOMÍA


“Nunca he comprendido la economía.”
Michel Houllebecq, Plataforma.

Houllebecq es el más controvertido de los escritores franceses del panorama actual, tanto por lo provocador y políticamente incorrecto de su obra, como por sus excentricidades. Acusado de islamófobo, misógino y pornógrafo, Houllebecq se incluyó como personaje en una de sus novelas, protagonizó una película, a modo de falso documental, relatando su secuestro ficticio, y ha expuesto el resultado de sus análisis de sangre, radiografías y resonancias magnéticas, entre otras pruebas médicas.

En la obra de Houllebecq pueden encontrarse frecuentes referencias a la Economía. Quien quiera profundizar en el pensamiento del autor a este respecto puede hacerlo de la mano de Bernard Maris, Catedrático de Economía y presidente del Senado francés, con el interesante ensayo bajo el título de “Houellebecq economista”. Fundador y colaborador de Charlie Hebdo, Maris falleció como consecuencia del sobrecogedor atentado terrorista perpetrado en redacción de la publicación satírica francesa en 2015.

En lo económico, la obra de Houllebecq plantea una crítica radical al capitalismo, al liberalismo económico y a la sociedad de consumo. Del primero opina que: “De todos los sistemas económicos y sociales, el capitalismo es sin duda el más natural. Eso ya basta para indicar que es el peor.” (Ampliación del campo de batalla).

El liberalismo económico es para Houllebecq “la ampliación del campo de batalla, su extensión a todas las edades de la vida y a todas las clases de la sociedad”. Este imperialismo del mercado alcanza a todas las facetas de la vida, incluida la sexual y sentimental, asunto este tratado especialmente en su novela Plataforma. El liberalismo económico conduce a la descomposición del ser humano en una frustrante búsqueda de la felicidad y una huida del aburrimiento y de la angustia existencial a través del consumo (“Comen y comen (…) ¿Qué otra cosa van a hacer?”, Plataforma). Se trata en cualquier caso de un camino sin salida que condena a la insatisfacción:

“Y si necesitamos tanto amor, ¿de quién es la culpa?
¿Si no podemos por principio adaptarnos
A un universo de transacciones generalizadas
Que tanto les gustaría vernos adoptar
A los psicólogos y demás?”
(“Confrontación” . La búsqueda de la felicidad)

Los personajes de Houllebecq habitan “un mundo terrible, un mundo de competición y de lucha, de vanidad y de violencia (…)”, el trágico escenario de un “suicidio occidental” en medio del cual no hay ninguna oportunidad de ser feliz.

Del mismo modo, la opinión de Houllebecq sobre el proyecto europeo es beligerantemente crítica. El novelista y poeta francés felicitó a los británicos por el sí en el referéndum sobre el Brexit y se ha manifestado a favor del desmantelamiento de la UE. La idea de Europa “no es democrática, no es buena”, ha llegado a manifestar.

En su última novela, Sumisión, Houllebecq fantasea con el futuro político de una Francia islamizada y al borde de una guerra civil. El imaginario partido islamista “Fraternidad Musulmana” alcanza el gobierno gracias al apoyo del partido socialista, que pretende evitar con ello la llegada al poder de la extrema derecha de Marine Le Pen.  El líder islamista Mohammed Ben Abbes anhela convertir la Unión Europea en una Unión Mediterránea, una nueva Roma extendida a ambas orillas –africana y europea- de un renovado Mare Nostrum. Houllebecq enlaza así de manera artificiosa su visión del islamismo y de la UE como dos amenazas para la democracia.

El valor de Houllebecq como economista y politólogo es muy discutible. El radicalismo y la estridencia de su pensamiento en este campo derivan en una crítica desproporcionada y excesivamente simplificadora.  Houllebecq apunta con acierto a los fallos del sistema, pero no propone alternativa alguna, e ignora o desprecia las ventajas del mercado como mecanismo de asignación de los recursos económicos. Asimismo, su apuesta por el nacionalismo frente a la construcción europea es retrógrada e ingrata con una institución que ha salvaguardado la paz europea durante más de medio siglo y constituye un instrumento necesario para perseguir un gobierno más democrático de la globalización (de lo que hablé aquí). 

El Houllebecq psicólogo social indaga, sin embargo, con lucidez en las llagas de la sociedad occidental contemporánea. Leer a Houllebecq es un ejercicio lacerante, pero a la vez una inquietante forma de disfrute literario que nos enfrenta con clarividencia a los fantasmas y patologías de las sociedades occidentales en el s. XXI.

sábado, 6 de febrero de 2016

LA CRISIS DE LA CLASE MEDIA

Publicado en ABC de Andalucía del día 19 de Febrero de 2016

La clase media en las sociedades occidentales se enfrenta a retos de gran calado. En el plano económico, se ha visto particularmente herida por el impacto de la crisis. Ésta ha venido acompañada de un agravamiento de las desigualdades económicas que ha sido especialmente intenso en el caso de España, en buena medida como resultado de la espectacular destrucción de empleo que padecimos. 

No obstante, la crisis de la clase media obedece fundamentalmente a factores de carácter estructural. La globalización ha acentuado la competencia internacional, en tanto las barreras comerciales entre países tienden a disminuir y la movilidad internacional de empresas y capitales a aumentar. Ello ha espoleado a su vez el fenómeno de la deslocalización industrial hacia economías en desarrollo con menores costes de producción –principalmente derivados de sus bajos costes laborales-. Estos procesos presionan a la baja los salarios y las condiciones laborales de los trabajadores en sectores industriales de los países desarrollados. 

Asimismo, la clase media se ve golpeada por el debilitamiento de los fundamentos financieros del sistema de protección social que conocemos como “Estado del bienestar”. Las empresas y las grandes fortunas pueden explotar las ventajas de la globalización localizándose en paraísos fiscales o territorios de baja fiscalidad. La consecuente erosión de las bases imponibles merma los ingresos públicos, tanto directa como indirectamente, propiciando en ocasiones una “competencia fiscal” entre países para atraer o retener empresas, rentas y patrimonios. La presión fiscal tiende a concentrarse así en las rentas del trabajo de la clase media, por ser más controlables y menos móviles.

Sin embargo, la globalización está contribuyendo también a la gestación de una nueva clase media global al favorecer el desarrollo de economías emergentes, en especial las de los dos gigantes demográficos: China e India. A resultas de ello, el mundo está cosechando logros extraordinarios en la lucha contra la pobreza extrema. Asimismo, el ciudadano medio chino e indio, entre otras economías en desarrollo, ve aumentar su renta y disminuir la distancia relativa entre ésta y la de un ciudadano norteamericano o europeo medio. La nueva clase media global se diferencia, no obstante, de la clase media de los países desarrollados por la substancial distancia que separa aún los niveles de ingreso de una y otra. 

La globalización ofrece nuevas oportunidades también a los ciudadanos de los países desarrollados, pero son los emprendedores, directivos y accionistas de las empresas con proyección global los que sacan particular ventaja de ellas. A este respecto, se llegan a observar casos sobresalientes de movilidad social ascendente en la clase media. La lista de las personas más ricas del mundo está conformada en la actualidad en buena medida por patrimonios que se han generado en una única generación, circunstancia probablemente excepcional en términos históricos. Pero el brillo de estas trayectorias personales de éxito no puede ocultar el tono más sombrío de un panorama general en el que parte de la clase media asiste con inquietud a una merma en su seguridad económica. La globalización pone al alcance de la clase media en el mundo desarrollado productos más baratos, empero puede llegar a amenazar algunos de sus empleos, sus condiciones laborales y la red de seguridad social tejida por el Estado. 

Se manifiesta así una doble paradoja: el proceso que está favoreciendo la disminución de las desigualdades económicas internacionales acentúa a su vez la desigualdad entre ricos y pobres dentro de cada economía nacional; el proceso que nutre a la “nueva” clase media global, rescatándola de la pobreza, propicia a su vez la crisis de la “vieja” clase media del mundo desarrollado. 

Estos cambios económicos están asimismo asociados a otras transformaciones de carácter tecnológico, social y político que emplazan también a la clase media en las sociedades occidentales. Así pues, el elevado ritmo de avance tecnológico característico del mundo actual supondrá que, según algunos analistas, la mayor parte de los niños de hoy desarrollarán cuando sean mayores profesiones que ahora ni siquiera existen. Las nuevas generaciones necesitarán asimismo de un bagaje de competencias muy diferentes a las que han garantizado el éxito profesional para las generaciones precedentes. Por otra parte, en el plano político, la crisis de los partidos socialdemócratas y la emergencia de partidos populistas en posiciones radicales de izquierda y derecha, que marca el actual escenario europeo, no son fenómenos ajenos a esta crisis de la clase media. 

En los próximos tiempos, el “rescate” de la clase media marcará el debate político en las sociedades desarrolladas. Pero con independencia de la acción política que pueda desarrollarse a este respecto, el futuro de las sociedades occidentales estará delimitado por la capacidad de adaptación de su clase media a las transformaciones en curso. Y el éxito de esta adaptación, tanto a nivel individual como colectivo, requiere de la comprensión y asimilación de los profundos cambios que se están produciendo en la economía global y de los muchos que se avecinan.