lunes, 10 de diciembre de 2018

LA RECETA DE LA INNOVACIÓN PARA ANDALUCÍA

Publicado en Expansión (Andalucía) 03/12/18

Existe un amplio consenso que apunta a la innovación como el factor clave para avanzar en el desarrollo de Andalucía. Sin embargo, no resulta tan evidente cómo hacer más innovadora a la economía andaluza. 

La innovación se concibe en la actualidad como el resultado de procesos interactivos de creación, transformación, aplicación y difusión de conocimiento, en los que participan diversos actores presentes en el territorio (empresas, sistema educativo, centros de investigación, administraciones públicas, …). Este paradigma lo ilustra a la perfección un modelo de excelencia como el Silicon Valley, donde se explotan con éxito las sinergias derivadas de la colaboración entre los agentes que conforman el sistema de innovación. 

No obstante, supondría una ingenuidad pensar que es posible recrear un Silicon Valley en cualquier territorio. Para cocinar ese plato hacen falta unos ingredientes y unos medios técnicos que no siempre están disponibles e, incluso si lo estuvieran, reproducir la receta con acierto resultaría harto complicado. Un enfoque más realista consiste en fortalecer los sistemas regionales de innovación a partir de las fortalezas y debilidades de cada territorio. Se trata de cocinar adaptando recetas aplicadas con éxito en otros entornos a los ingredientes y los medios disponibles. A tal efecto, conviene considerar que los factores críticos que estimulan y obstaculizan la innovación empresarial difieren parcialmente entre unas regiones y otras. En un reciente estudio (“The entrepreneur in the regional innovation system. A comparative study for high- and low-income regions”, publicado en la revista Entrepreneurship and Regional Development) ponemos de manifiesto estas diferencias para el caso de España. 

Así pues, en las economías regionales de ingreso más alto, como Madrid, País Vasco y Navarra, las restricciones financieras, fiscales y administrativas representan los obstáculos más sensibles a la innovación empresarial. Por el contrario, en las regiones de bajo ingreso del sur español, como Andalucía, Extremadura y Murcia, las deficiencias en capital humano e infraestructuras siguen actuando como las principales barreras para las empresas innovadoras. Asimismo, en las economías con atraso relativo como Andalucía, con deficiencias significativas en sus capacidades emprendedoras, la ambición por el crecimiento resulta una característica muy distintiva de las empresas que innovan frente al resto. Por otra parte, la innovación en las regiones españolas más desarrolladas se beneficia de la colaboración entre las empresas, mientras que este mecanismo es poco empleado en las regiones del sur peninsular. En estas últimas, la colaboración efectiva en materia de innovación se restringe a las relaciones entre empresas y universidades/centros tecnológicos y de investigación, siendo esta cooperación en cualquier caso débil. 

Por lo tanto, en la receta de la innovación para Andalucía, el capital humano constituye el ingrediente clave, lo que insta al fortalecimiento tanto de la educación reglada, como de la formación continua en las empresas. Las actuaciones en este ámbito deben contemplar, de modo trasversal, el estímulo a la cultura emprendedora. Pese al avance logrado en las últimas décadas, se deben seguir abordando de modo selectivo inversiones en ciertas infraestructuras estratégicas. Finalmente, resulta esencial aumentar la interacción entre los agentes del sistema regional de innovación. A tal fin, urge estrechar las relaciones entre el sistema productivo y las universidades y los centros tecnológicos. Las empresas andaluzas deberían asimismo aprovechar mejor las oportunidades asociadas a la cooperación inter-empresarial mediante procesos de innovación abierta (“open innovation”). La cooperación resulta fundamental en un tejido productivo como el andaluz, en el que la atomización empresarial lastra la innovación. 

martes, 19 de junio de 2018

MIEDO Y LIBERTAD

En “El hombre que amaba a los perros”, Leonardo Padura, premio Princesa de Asturias de las Letras, recreó el asesinato de León Trotski por Ramón Mercader para reflexionar sobre el experimento social fallido que supuso el Comunismo en el s. XX. A lo largo de las páginas de esta novela, el escritor cubano se compadece de las víctimas del totalitarismo, “trágicas criaturas cuyos destinos están dirigidos por fuerzas superiores que los desbordan y los manipulan hasta hacerlos mierda” y condena el “fanatismo obcecado”, que ignora las tragedias personales, sacrificándolas en el altar de la historia, en aras de utopías que tarde o temprano acaban pervirtiéndose. 


La novela tiene también otro protagonista invisible pero omnipresente: el miedo. No en balde la palabra miedo aparece 142 veces a lo largo de la obra. Se trata de un miedo “común y corriente”, pero también de un miedo “extensivo y omnipresente”; un miedo “con mayúsculas, real, incisivo, omnipotente y ubicuo”; un miedo individual y también un miedo colectivo; el miedo como pulsión que mueve a los individuos y como motor de la Historia; un miedo “visceral” y lacerante; un miedo “congénito”, que “se transmite, como una herencia”; un miedo que deja “huellas”, que queda “adormecido”, pero “se despierta en la memoria”; un miedo a morir; un miedo al otro, e incluso a uno mismo.


Los antropólogos han reivindicado el valor funcional del miedo en la evolución. El miedo protege al ser humano frente a los peligros que le acechan, lo alerta y lo predispone a afrontar las amenazas, bien huyendo, bien enfrentándolas, venciendo, en este caso, al propio miedo. De una u otra forma, el miedo ha resultado útil al ser humano en el plano individual y como especie y de ahí que siga con nosotros. Desde esta perspectiva evolutiva, somos hijos del miedo. 

Pero el miedo actúa también como un enemigo implacable de la libertad, limitando el desarrollo personal del individuo y operando como un instrumento de dominación social. Con frecuencia el miedo en los grupos sociales ha obedecido y obedece a una amenaza violenta. En otros casos lo suscita el riesgo de pérdida de bienestar económico. Y en ocasiones nace y se expande como gangrena en la conciencia colectiva ante amenazas intangibles de origen más difuso. Así, Erich Fromm, psicólogo y politólogo de la Escuela de Frankfurt, mostró en “El Miedo a la libertad” algunos de los mecanismos psico-sociales a través de los cuales las sociedades pueden renunciar a la libertad por desorientación y miedo a la incertidumbre. En esa clave cabe interpretar, según Fromm, el ascenso y triunfo de Hitler y el nacional-socialismo en la Alemania de entreguerras. 

El mundo asiste en la actualidad a profundos procesos de cambio de carácter tecnológico, económico y social (robotización, deslocalización industrial, retroceso de los derechos laborales y otros recortes sociales, intensos procesos de inmigración, envejecimiento de la población, sentimientos de pérdida de identidad cultural, etc.) que están generando incertidumbres y miedos de diversa naturaleza, especialmente en las clases medias y bajas de los países desarrollados. Estos procesos coinciden con un retroceso en la democracia en el mundo, con el ascenso de diversas manifestaciones de populismo simplista y de perfiles autoritarios en el liderazgo político de las democracias occidentales y en otros ámbitos. El matonismo político se instala en muchos países, estableciendo un culto a líderes “fuertes” con discursos rotundamente demagógicos, que albergan un pensamiento “débil” y falaz. 

Ante un escenario convulso, el miedo está activándose como un resorte de alerta en muchas sociedades. El miedo, que ha sido un buen aliado del hombre, también lo ha esclavizado. Las sociedades occidentales deben afrontar los retos presentes actuando con diligencia, racionalidad y valentía. No es tiempo de ignorar los problemas, ni de hundir la cabeza en la tierra como el avestruz, pero tampoco de sucumbir al miedo, sacrificando la decencia, la democracia y la libertad. Habitamos un tiempo en el que, ante todo, debemos temer al miedo.