miércoles, 23 de junio de 2021

CAPITALISMO DIGITAL Y PIRATERÍA


    El pasado mes de mayo, el oleoducto Colonial, una gran arteria energética que canaliza el 45% del suministro de fuel en la costa este de EE.UU., paralizó su actividad debido a un ataque informático. El pánico generado en ciudadanos y empresas llevó los precios de la gasolina en la región a máximos desde 2014. La empresa Colonial tuvo que pagar a los piratas informáticos autores de este ataque de ransomware, un grupo autodenominado Darkside, cinco millones de dólares en bitcoins. Se trata del mayor ataque conocido a una infraestructura energética en los EE.UU. 

    Este episodio engrosa la larga lista de acciones de piratería informática que vienen sucediéndose en tiempos recientes en todo el mundo. A los pocos días, otro ciberataque forzó a Irlanda a cerrar el sistema informático de su sanidad pública. El avance de la digitalización como consecuencia del Covid-19 no ha hecho sino aumentar la vulnerabilidad de nuestras sociedades a este tipo de piratería. Así, según la firma de seguridad Emsisoft, en 2020 los rescates informáticos movieron en el mundo unos 18.000 millones de dólares, con un incremento del 80% respecto al año anterior. Nos encontramos pues ante una amenaza crítica para el desarrollo del “capitalismo digital” que caracteriza la economía global en nuestros días.

    El fenómeno de la piratería en el contexto del desarrollo capitalista no es, sin embargo, un asunto nuevo. Cuando en los s. XVI y XVII la apertura de las grandes rutas oceánicas y la formación de los primeros imperios globales impulsaron el “capitalismo mercantil”, floreció igualmente la piratería, en algunos casos con la complicidad de los propios Estados, como Inglaterra o Francia, que concedían a los piratas autorización para robar y saquear en tiempos de guerra mediante las denominadas “patentes de corso”. 

    Los piratas digitales de hoy despiertan cierta admiración en algunos grupos por su imagen de David frente al Goliat de los gigantes corporativos o los propios Estados a los que atacan; asimismo, inspiran algunas simpatías en ciertos colectivos por su supuesta ideología libertaria. Los piratas del s. XVII estaban igualmente rodeados por un halo de romanticismo. Ello se debía en parte a que representaban un modo de vida no sujeto a poder alguno e imbuido de un cierto espíritu libertario, que inspiró al poeta español José de Espronceda su célebre “Canción del Pirata”: “Que es mi barco mi tesoro/ que es mi dios la libertad,/ mi ley, la fuerza y el viento,/ mi única patria la mar.” Los piratas del mar llegaron a convertirse así en “héroes de masas”, como relata magistralmente Steven Johnson en su ensayo “Un pirata contra el capital”, a pesar de ser “asesinos, violadores y ladrones: enemigos de toda la humanidad.” Algo semejante podría decirse de estos piratas informáticos actuales que amenazan la estabilidad económica, social y política de las sociedades de la era digital. 

    En la citada obra, Johnson relata un episodio histórico particular que supondría un punto de ruptura, un momento de cambio asociado a transformaciones estructurales subyacentes. El protagonista del mismo fue el pirata británico Henry Every, uno de los pocos capitanes piratas que pudo desaparecer sin ser capturado o muerto en batalla. El último y mayor ataque de Every fue perpetrado en 1664 contra el Ganj-i-Sawai, buque insignia del emperador mogol, y supuso un botín de aproximadamente veinte millones de euros actuales, unas cuatro veces el rescate pagado por la compañía estadounidense Colonial.

    El ataque al Ganj-i-Sawai provocó una crisis diplomática entre Inglaterra y el Imperio mogol y obligó a Londres a tomar una postura tajante contra la piratería. Ello supuso el abandono de la indulgencia y colaboración que el gobierno británico había mantenido respecto a figuras como las de Drake y el resto de los corsarios. El Estado utilizó el juicio por el asalto al Ganj-i-Sawai y las ejecuciones de los participantes en el mismo como instrumentos propagandísticos de esta nueva política. Inglaterra debía dejar de ser vista internacionalmente como una “nación de piratas” en favor de los intereses del emergente imperio colonial inglés. La seguridad de los mares y la estabilidad de las relaciones entre los grandes actores políticos internacionales resultaba un factor clave en el desarrollo del capitalismo mercantil del momento y el Estado se involucraría más decididamente en la seguridad de los mares y la persecución de la piratería. 

    Este episodio histórico ilustra cómo para desarrollo del capitalismo resulta fundamental un marco institucional y de seguridad que permita el funcionamiento correcto del mercado. Ello nos devuelve al mundo de hoy, en el que el avance del capitalismo digital estará condicionado en las próximas décadas por la ciberseguridad. A este respecto, necesitamos implementar mecanismos más efectivos contra la delincuencia digital. Es de desear igualmente que no existan “patentes de corso” digitales y que los Estados cooperen internacionalmente para crear un entorno de ciberseguridad global. Es éste un aspecto crítico en el presente y futuro de las sociedades digitales en el s. XXI. Quizás el ataque a Colonial sea, en cierto modo, otro momento Ganj-i-Sawai.


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