En breve la ingesta de doce uvas marcará la cuenta atrás en el inicio de un año nuevo que traerá, según indican las previsiones, un fortalecimiento de la recuperación económica en España. En la antesala a este cambio de calendario el gobierno actual se ha apresurado en despedirse de la misma crisis que con excesiva tardanza admitió el gobierno anterior.
Más allá de la gesticulación política, cuando este triste episodio concluya, la sociedad española habrá afrontado lo que la historiografía contemporánea consagrará como una auténtica “depresión”, como la crisis económica más grave desde la Guerra Civil. Para varias generaciones de economistas el referente ineludible de la depresión como fenómeno económico lo constituyó la “Gran Depresión” que estallara con el “crack” bursátil de 1929 en EE.UU. Y la Gran Depresión tiene su gran novela: “Las uvas de la ira” de John Steinbeck.
Los protagonistas de esta obra son los Joad, una familia de agricultores del estado de Oklahoma a los que, como a otras muchas familias de la zona, los bancos embargan su propiedad por el impago de préstamos, siendo expulsados de su propia tierra y hogar. En este contexto las grandes compañías irrumpen en la región introduciendo una agricultura capitalista con sistemas de explotación mecanizados. Ante la falta de oportunidades de empleo, los agricultores de esta zona deprimida del “South Central” estadounidense optan por emigrar a California, donde se demanda mano de obra para la cosecha de los viñedos.
Al llegar a su destino, los Joad encuentran una realidad no menos dura que aquella de la que escapan: la llegada masiva de emigrantes ha generado un exceso de oferta de mano de obra que condena a los agricultores a salarios de subsistencia, condiciones laborales deplorables y ausencia de derechos. A ello se une el rechazo de algunos colectivos de la sociedad local, que acosan a los emigrantes instalados en campamentos. Las ayudas establecidas por la Administración, en el marco del New Deal de Roosevelt, son insuficientes y no alcanzan al conjunto de los necesitados. En esta magnífica novela, Steinbeck reivindica el valor de la dignidad y la solidaridad humanas frente a la injusticia económica y social. La estremecedora escena que cierra la obra destila profunda amargura, no exenta de un cálido hilo de esperanza.
Afortunadamente las condiciones materiales e institucionales han mejorado substancialmente desde los años treinta del siglo pasado. El desolador escenario descrito por Steinbeck para el EE.UU. de la Gran Depresión dista mucho del que observamos en la España de esta crisis que nos acometió embozada tras una burbuja inmobiliaria. Sin embargo, los paralelismos son inevitables: desahucios, desempleo masivo, emigración, rechazo de los inmigrantes, solidaridad familiar como mecanismo de supervivencia, situaciones de necesidad económica, dramas familiares e individuales,... La misma música estridente y luctuosa, aunque con una letra diferente, adaptada a otro tiempo.
La crisis española no tiene aún su gran novela, ni tampoco su punto final. Desde una óptica macroeconómica, hemos caído mucho y mucho tardaremos en recuperar los niveles anteriores al estallido de la crisis. Según el Servicio de Estudios del BBVA, España no recobrará el número de empleos previo a la crisis hasta 2025 y cabe esperar que mantendremos tasas de desempleo socialmente inaceptables por un período de tiempo dolorosamente largo.
Los datos y las estimaciones avalan la mirada optimista a un año que todas las opiniones coinciden en asociar a una aceleración del crecimiento económico. No obstante, la evolución de la economía española estará sujeta en los próximos tiempos a elevados riesgos e incertidumbres derivados del contexto europeo y mundial, así como a la intensidad y acierto de las reformas que necesitamos y debemos emprender. Lo primero nos vendrá dado, lo segundo dependerá de nosotros mismos.
Desde un punto de vista microeconómico, la crisis tiene millones de rostros distintos. Para muchos españoles 2015 marcará efectivamente el final de la etapa de vacas flacas. Para otros ya lo hizo 2014. Algunos pocos habrán conseguido esquivar la crisis durante estos años con mínimos rasguños o incluso habrán sacado provecho de ella. Sin embargo, otros muchos españoles solo atisban aún en el horizonte el final de la pesadilla, mientras que algunas familias se enfrentan ahora a lo peor de “su” propia crisis.
Así pues, a los afortunados que dejan la crisis atrás, he aquí mi enhorabuena. A los más desfavorecidos, mis deseos de entereza y fortaleza ante la adversidad. Espero que las uvas que cosechéis no sean de ira, sino de solidaridad, justicia y esperanza y que en 2015, con más o con menos, todos seamos juntos un poco más felices.
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