viernes, 26 de diciembre de 2014

SOBRE LAS UVAS DE LA IRA Y LAS DE AÑO NUEVO

En breve la ingesta de doce uvas marcará la cuenta atrás en el inicio de un año nuevo que traerá, según indican las previsiones, un fortalecimiento de la recuperación económica en España. En la antesala a este cambio de calendario el gobierno actual se ha apresurado en despedirse de la misma crisis que con excesiva tardanza admitió el gobierno anterior

Más allá de la gesticulación política, cuando este triste episodio concluya, la sociedad española habrá afrontado lo que la historiografía contemporánea consagrará como una auténtica “depresión”, como la crisis económica más grave desde la Guerra Civil. Para varias generaciones de economistas el referente ineludible de la depresión como fenómeno económico lo constituyó la “Gran Depresión” que estallara con el “crack” bursátil de 1929 en EE.UU. Y la Gran Depresión tiene su gran novela: “Las uvas de la ira” de John Steinbeck.

Los protagonistas de esta obra son los Joad, una familia de agricultores del estado de Oklahoma a los que, como a otras muchas familias de la zona, los bancos embargan su propiedad por el impago de préstamos, siendo expulsados de su propia tierra y hogar. En este contexto las grandes compañías irrumpen en la región introduciendo una agricultura capitalista con sistemas de explotación mecanizados. Ante la falta de oportunidades de empleo, los agricultores de esta zona deprimida del “South Central” estadounidense optan por emigrar a California, donde se demanda mano de obra para la cosecha de los viñedos. 

Al llegar a su destino, los Joad encuentran una realidad no menos dura que aquella de la que escapan: la llegada masiva de emigrantes ha generado un exceso de oferta de mano de obra que condena a los agricultores a salarios de subsistencia, condiciones laborales deplorables y ausencia de derechos. A ello se une el rechazo de algunos colectivos de la sociedad local, que acosan a los emigrantes instalados en campamentos. Las ayudas establecidas por la Administración, en el marco del New Deal de Roosevelt, son insuficientes y no alcanzan al conjunto de los necesitados. En esta magnífica novela, Steinbeck reivindica el valor de la dignidad y la solidaridad humanas frente a la injusticia económica y social. La estremecedora escena que cierra la obra destila profunda amargura, no exenta de un cálido hilo de esperanza. 

Afortunadamente las condiciones materiales e institucionales han mejorado substancialmente desde los años treinta del siglo pasado. El desolador escenario descrito por Steinbeck para el EE.UU. de la Gran Depresión dista mucho del que observamos en la España de esta crisis que nos acometió embozada tras una burbuja inmobiliaria. Sin embargo, los paralelismos son inevitables: desahucios, desempleo masivo, emigración, rechazo de los inmigrantes, solidaridad familiar como mecanismo de supervivencia, situaciones de necesidad económica, dramas familiares e individuales,... La misma música estridente y luctuosa, aunque con una letra diferente, adaptada a otro tiempo.

La crisis española no tiene aún su gran novela, ni tampoco su punto final. Desde una óptica macroeconómica, hemos caído mucho y mucho tardaremos en recuperar los niveles anteriores al estallido de la crisis. Según el Servicio de Estudios del BBVA, España no recobrará el número de empleos previo a la crisis hasta 2025 y cabe esperar que mantendremos tasas de desempleo socialmente inaceptables por un período de tiempo dolorosamente largo.

Los datos y las estimaciones avalan la mirada optimista a un año que todas las opiniones coinciden en asociar a una aceleración del crecimiento económico. No obstante, la evolución de la economía española estará sujeta en los próximos tiempos a elevados riesgos e incertidumbres derivados del contexto europeo y mundial, así como a la intensidad y acierto de las reformas que necesitamos y debemos emprender. Lo primero nos vendrá dado, lo segundo dependerá de nosotros mismos. 

Desde un punto de vista microeconómico, la crisis tiene millones de rostros distintos. Para muchos españoles 2015 marcará efectivamente el final de la etapa de vacas flacas. Para otros ya lo hizo 2014. Algunos pocos habrán conseguido esquivar la crisis durante estos años con mínimos rasguños o incluso habrán sacado provecho de ella. Sin embargo, otros muchos españoles solo atisban aún en el horizonte el final de la pesadilla, mientras que algunas familias se enfrentan ahora a lo peor de “su” propia crisis. 

Así pues, a los afortunados que dejan la crisis atrás, he aquí mi enhorabuena. A los más desfavorecidos, mis deseos de entereza y fortaleza ante la adversidad. Espero que las uvas que cosechéis no sean de ira, sino de solidaridad, justicia y esperanza y que en 2015, con más o con menos, todos seamos juntos un poco más felices.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

TARJETAS OPACAS COMO EXPERIMENTO ECONÓMICO

En las últimas décadas la economía experimental y del comportamiento ha constituido un programa de investigación emergente en Economía. Esta rama de la ciencia económica se basa en el desarrollo de experimentos, individuales o en grupos, con el objetivo de probar la validez de teorías económicas o extraer conclusiones sobre el comportamiento humano en condiciones controladas de laboratorio. 

A los participantes en estos experimentos se les enfrenta a simulaciones de situaciones económicas reales en cuyo contexto se les asigna un rol (inversor, consumidor, trabajador, etc.) y se les trasmiten unas reglas de actuación como instrucciones. Frecuentemente se emplea dinero en efectivo para reproducir el papel de los incentivos económicos en el mundo real. Cada participante debe escoger entre varias opciones que implican ganancias monetarias distintas, dependiendo de la decisión del participante individual y, en muchos casos, de las decisiones del resto. 

Imaginemos pues el siguiente experimento: Seleccionemos a un grupo de individuos (idealmente deberían ser representativos del conjunto de la sociedad) y entreguémosle a cada uno una tarjeta de crédito con un límite máximo tasado. Indiquémosles que pueden disponer de ella a voluntad y que, en principio, no es necesario que declaren a Hacienda esas cantidades. Informémosles de que en todo caso la probabilidad de que la Administración Tributaria inspeccione esos ingresos y reclame el pago de las cantidades es de un 1%. Señalemos que experimentos anteriores muestran que los usuarios de la tarjeta consumen, como promedio, el 70% del crédito máximo establecido. Estudiaríamos a continuación el uso que los participantes hicieran de la tarjeta. 

Cabría esperar que algunos individuos rechazaran la tarjeta o no la emplearan. Consideremos este comportamiento como una estimación de lo que podríamos denominar “honestidad absoluta”. Supongamos que alcanzara a un 10% de los participantes en el experimento. 

Otros individuos agotarían el límite máximo de crédito disponible. Considerémoslo como una estimación de lo que podríamos denominar “deshonestidad absoluta”. Digamos que este comportamiento caracterizara a otro 10% de los participantes.

El resto de los individuos emplearían una cantidad de crédito variable pero inferior al máximo establecido. Esta autocontención se explicaría bien por escrúpulos de carácter ético, bien por el temor a alguna reconvención social (desprestigio, deterioro de la posición social, …) o sanciones legales (multas, penas, ...). 

A continuación imaginemos que modificáramos las condiciones del experimento: indicaríamos que la probabilidad de que Hacienda descubriera la operación y la calificara de fraudulenta es del 90% y que en experimentos anteriores el promedio de los participantes solo usó un 25% del crédito disponible.

Resulta fácil anticipar algunos de los resultados de tal experimento. En el segundo escenario la incidencia del comportamiento absolutamente honesto sería mayor, la incidencia del absolutamente deshonesto menor y la cantidad promedio dispuesta menguaría. 

En este experimento la probabilidad de detección del fraude actuaría como un indicador de la eficacia percibida de la Administración Tributaria. Por su parte, el promedio de crédito dispuesto por participantes en experimentos anteriores representaría una aproximación a lo que se asume como una conducta ¨normal¨ en ese contexto social, proporcionando una estimación del rigor de los estándares éticos.

Así pues, este experimento imaginario ilustra cómo el funcionamiento de una economía/sociedad depende de sus instituciones (reglas y organizaciones que las administran) y de su cultura ética. En sociedades con instituciones eficaces y con una sólida cultura ética la frecuencia de los comportamientos deshonestos es menor, así como su magnitud. Como consecuencia, los incentivos económicos orientan adecuadamente la decisiones de los agentes, armonizando los intereses individuales y salvaguardando el bienestar social. En ausencia de instituciones efectivas y de ética social, la deshonestidad genera ganancias para algunos individuos en perjuicio del conjunto de la sociedad.

El marco institucional puede ayudar a contrarrestar las tentaciones fraudulentas de los ciudadanos. Instituciones bien diseñadas y eficaces tienen el efecto benéfico de mejorar a las personas, protegiendo a los ciudadanos frente a la amenaza de su propia deshonestidad y la de los otros. Las instituciones mal diseñadas o ineficaces pueden, por el contrario, llegar a ser instrumentalizadas por los deshonestos para alcanzar sus propios objetivos.

Igualmente, una cultura ética bien asentada en la sociedad representa un activo económico de valor incalculable. La ética social genera un ahorro de recursos, limitando los costes asociados a la deshonestidad. Por el contrario, en sociedades donde se asiste a un deterioro generalizado de los estándares éticos, se puede llegar a pervertir la escala de valores de tal modo que los comportamientos absolutamente honestos sean percibidos como ridículos. Y como ya dijo Demócrito hace más de dos mil años: “Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa”.

miércoles, 22 de octubre de 2014

GRANDES EMPRESAS, PYME Y MARCA "ESPAÑA"

(Esta entrada recoge algunas ideas centrales de mi artículo con la Prof. María José Rodríguez publicado en Comillas Journal of International Relations bajo el título "Sobre la internacionalización de la PYME y su contribución a la imagen exterior de España")

En las últimas décadas la presencia internacional de las grandes corporaciones españolas ha podido contribuir positivamente a una mejor imagen exterior de nuestra economía. A este respecto, se suele interpretar que las grandes compañías actúan como “buques insignia” de la economía nacional. 

No obstante, las grandes empresas españolas tienen una presencia global limitada en términos de posicionamiento de sus marcas. Solo la marca Zara se situó entre las 100 con mejor reputación en el mundo en 2013 según el ranking que elabora la consultora Reputation Institute. 

Por otro lado, especialmente en Latinoamérica, segundo mayor destino de la inversión española en el exterior, las grandes empresas españolas se enfrentan a una cierta animosidad derivada de factores históricos. En algunos países latinoamericanos la presencia de estas grandes corporaciones en sectores básicos para los consumidores y el sistema productivo (energético, telecomunicaciones, suministro de agua, infraestructuras, banca, etc.) ha podido consolidar en las últimas décadas ciertas percepciones negativas asociadas a la imagen de España. 

Asimismo, el proceso de globalización empresarial está dando lugar a grupos transnacionales en los que resulta cada vez más discutible asociar la empresa a una nacionalidad. Este proceso afecta también a las grandes corporaciones españolas que, en algunos casos, muestran una elevada penetración del capital extranjero en su accionariado y obtienen más beneficios, tienen más empleados o invierten más en el extranjero que en la propia España.

En estas circunstancias, cabe preguntarse hasta qué punto siguen siendo “españolas” algunas grandes empresas “españolas”. A título ilustrativo, el propio Presidente de Iberdrola, afirmó en una comparecencia pública en Londres en febrero de 2014: “Somos más británicos, americanos y mexicanos que españoles”, en alusión al peso de cada negocio en las cuentas de la empresa.

Las grandes empresas en muchos casos prefieren proyectarse como corporaciones globales y no identificarse con una marca-país. De este modo, ciertas grandes compañías españolas, en su intento de consolidar marcas globales mundialmente reconocidas y percibidas con atributos positivos, podrían tratar de escapar de posibles percepciones instrumentales negativas asociadas a la imagen-país de España como una economía frágil y periférica en la UE. 

Fuente: Elaboración propia a partir de la Encuesta sobre Estrategias Empresariales (Fundación SEPI, 2014).

Por su parte, las PYME españolas muestran un nivel de internacionalización por debajo del observado en las grandes empresas; sin embargo, están incrementando significativamente su presencia en el exterior en un proceso que cabe esperar continúe y se fortalezca en los próximos años (véase gráfico adjunto).

En este contexto, la imagen exterior de España puede dejar de gravitar tan estrechamente sobre las grandes corporaciones de origen nacional y quedar vinculada de manera creciente a las PYME. De este modo, podría recaer en estas últimas en el futuro la responsabilidad de mejorar la percepción internacional de la economía española, asociándola a connotaciones de eficiencia económica. Por su propia naturaleza, las PYME se encuentran más estrechamente vinculadas a la marca “España” y dependen también más de ella.

miércoles, 8 de octubre de 2014

LOS BUDDENBROOK Y LA PRESUNTA MALDICIÓN DE LA EMPRESA FAMILIAR


Una empresa es un ser vivo, una forma elemental de vida económica. Como tal, toda empresa nace, crece, eventualmente se reproduce (eso que en terminología anglosajona se conoce como spin-off) e inevitablemente muere. Ninguna empresa puede esquivar este desenlace, pero sobre las empresas familiares parece pesar un mal congénito que limita fatalmente su existencia condenándolas a la extinción antes de superar la tercera generación. De este modo, según datos del Instituto de Empresa Familiar para el caso español, el 50% de las empresas familiares alcanza la segunda generación y solo el 15% sobrevive a la tercera.

Esta “maldición” de la empresa familiar se encuentra estrechamente vinculada al problema de la sucesión del empresario. El proceso de reemplazo generacional con frecuencia plantea conflictos familiares irresolubles o sitúa al frente de la organización a individuos con escasa vocación empresarial, poco arrojo e ilusión, o habilidades insuficientes para asumir con éxito el liderazgo y buen gobierno del negocio.

Mucho han discutido los economistas de la empresa sobre esta cuestión, pero nadie ha podido ilustrar tan magistralmente la problemática de la empresa familiar como el escritor alemán Thomas Mann en su novela “Los Buddenbrook”. 

La obra, ambientada en la ciudad alemana de Lübeck a mediados del siglo XIX, narra las vicisitudes de una familia de comerciantes a lo largo de cuatro generaciones que van marcando la decadencia y el ocaso final del negocio. Esta novela, que Mann escribiera con solo veinticinco años, fue el principal mérito alegado por la Academia Sueca para conceder a su autor el Premio Nobel de Literatura.

El destino trágico de la empresa familiar queda sublimemente simbolizado en “Los Buddenbrook” en una premonitoria escena que sitúa al niño Hanno Buddenbrook, el hijo único llamado a heredar el negocio, frente al preciado cuaderno donde se recoge el árbol genealógico y se anotan los grandes acontecimientos familiares. 

Nos cuenta entonces Mann como Hanno “(…) colocó la regla debajo de su nombre, recorrió con la mirada todo aquel entramado genealógico una vez más y, con gesto sereno y sin pensar en nada, tan cuidadosa como mecánicamente, trazó una bonita y limpia doble línea con el plumín atravesando en diagonal todo el espacio restante, tal y como le habían enseñado en el colegio a adornar las páginas del cuaderno de matemáticas.” Y cuando su padre, el senador Thomas Buddenbrook, le recrimina indignado su acción, Hanno solo puede a duras penas balbucear: “Es que… yo creí que…, creí que después ya no venía nada más…”.

Sin embargo, no todas las empresas familiares sucumben a este mortal maleficio. La más antigua del mundo, la hotelera japonesa Hoshi Ryokan, cuenta nada menos que 1289 años de existencia. En el selecto grupo de las empresas familiares más longevas se encuentran dos compañías españolas: Codorníu, con más de cinco siglos de vida, y Bodegas Osborne, con más de 200 años de antigüedad. Curiosamente, la firma andaluza fue fundada por otro Mann, el británico Thomas Osborne Mann, en 1772. 

Asimismo, algunas de las mayores corporaciones internacionales nacieron como empresas familiares y en alguna medida siguen siéndolo tras protagonizar brillantes trayectorias empresariales. Baste citar casos como los de Wall-Mart, Ford Motor Co., LG Group, Hyundai Motor o las españolas Banco Santander, el Corte Inglés, Mercadona, Fomento de Construcciones y Contratas (FCC) o Inditex (Zara).

La vida de las empresas, como la de las personas, desemboca más tarde o más temprano en su desaparición, pero antes se ofrece como una página en blanco con infinitas posibilidades. Quizás la mayor trascendencia posible para unas y otras consista, como en el caso de “Los Buddenbrook”, en llenar esas páginas con bellas historias. Puede que eso sea todo a lo que quepa aspirar. Puede que quepa aspirar nada menos que a eso.

domingo, 21 de septiembre de 2014

LA REINDUSTRIALIZACIÓN IMPLAUSIBLE

El pasado 16 de septiembre el Ministerio de Industria, Energía y Turismo presentó la Agenda para el Fortalecimiento del Sector Industrial en España, un plan de acción para mejorar la competitividad del sector. Este anhelo industrializador es compartido en España por la oposición  y enlaza con la estrategia de la UE, que pretende elevar el peso del sector industrial por encima del 20% del PIB en 2020 desde el 16% actual.

Las llamadas a la reindustrialización parecen haberse convertido en un lugar común, en un mantra que se invoca como respuesta esperanzada a la crisis. Sin embargo, poco cabe esperar de este voluntarismo. Los más optimistas a este respecto quisieran ver a España convertida en la nueva Alemania. Pero una mirada fugaz en el espejo alemán nos depara alguna que otra sorpresa.

En Alemania el peso de la industria -como porcentaje del empleo total- no ha dejado de reducirse en las últimas décadas. Si nos circunscribimos a lo que va de siglo, la contribución de la industria (excluyendo el subsector energético) al empleo total ha caído más de 4 puntos porcentuales (fuente: Organización Internacional del Trabajo). El proceso se remonta, no obstante, más atrás en el tiempo y la caída acumulada es superior. 

El caso alemán solo es una manifestación particular de una tendencia general en las economías más avanzadas. En todas ellas el sector industrial ha perdido peso relativo en lo que va de siglo y en todas se destruye empleo industrial. Estas tendencias se explican en el contexto de la globalización que está impulsando procesos de deslocalización industrial en los países desarrollados y una expansión de la industria en las economías emergentes. Asimismo, el avance tecnológico y la robotización conllevan una diminución del empleo en muchas actividades industriales. 

En España el peso del sector industrial sobre el total del empleo en lo que va de siglo se ha reducido en más de 6 puntos porcentuales. En nuestro país este proceso de destrucción de empleo se ha concentrado muy especialmente en el período de la crisis. 

Por lo tanto, es razonable aspirar a la recuperación de parte del empleo industrial perdido en las circunstancias excepcionales de los últimos años y apoyar el crecimiento en el medio y largo plazo de algunas ramas industriales específicas en las que acreditemos ventajas competitivas a escala global.

Pero hay que ser conscientes de que probablemente en las próximas décadas se seguirá destruyendo empleo en bastantes subsectores dentro de la industria española. No sería un planteamiento realista señalar globalmente a la industria como la respuesta a nuestro trágico problema de desempleo. Pretender rellenar con nuevo empleo industrial el vacío dejado por la burbuja de la construcción resultaría poco menos que una quimera. Todo ello se opone a las tendencias estructurales que se vienen observando en el mundo desarrollado en las últimas décadas.

No esperen esa reindustrialización, porque no llegará.